Karel Bofill Bahamonde
I
En la obrilla de teatro concebida por mi abuela yo interpretaba al infante Héroe Nacional. Imitaba a una mariposa con las manos. Alzaban vuelo sobre el escenario y yo las perseguía mientras declamaba unos versos bastante edulcorados. Al final, el público senil me colmaba de aplausos que hacían presagiar una tierna carrera de actor para abuelitas. Por suerte, parte de mi fanaticada murió rápido, a otros los arrastró la desmemoria. No tuve en mi adolescencia el honor de picar roca bruta con estas manos-mariposas. Pero nadie vivo puede atribuirme un pensamiento impropio.
II
En la televisión pasan un documental sobre flamencos, explican que su color se debe a la dieta de los primeros años. El parque zoológico de mi barrio tiene un gran estanque. Cuando era niño solía estar repleto de flamencos. Eran rojos y estirados como señorones. Dormían y las migajas de pan no los emocionaban demasiado. Al inicio de la crisis los flamencos desaparecieron. La ciudad se llenó de hombres rojos. Mi amigo y yo veíamos alguno y huíamos a ocultarnos en el portal. «Están enfermos», decían nuestros padres mientras nos servían un trozo blanco de carne.
III
El anciano vendedor de algodón dulce está en la esquina. Murió hace algún tiempo pero lo vemos ahí esta mañana. El sol amelcocha el azúcar, la fuerza centrífuga suda en las paredes de su recipiente. Algunos críos pasan, ríen del viejo y sus güines que esperan recoger la fibra. Ninguno se detiene, ninguno pregunta cómo la sacarosa que gira se convierte en algodón. Desde su muerte el alquimista no había vuelto a aparecer. No entiendo por qué se asombra del desinterés de estos chiquillos. Que todo sentido carezca de importancia es su culpa. Todo es su culpa.
IV
Un sueño. Dios espolvoreaba naftalina sobre los bichitos. Desde la nube contrailuminada por el sol existir era un juego grotesco. Carcajeaba y todos abajo morían patas arriba y resecos los cuerpos de insecto. Un dibujo animado fabricaba las nubes de algodón o espuma. El caso es que el soporte de Dios en el cielo de pronto fue una inestable plataforma. Todo plano se hizo inclinado. El fabuloso cuerpo de Dios no cabe en la sala del hogar. En posición fetal yace, en el techo un enorme agujero por donde el sol se cuela. Los padres de Dios amortiguaron su derrumbe con el cuerpo. Eso es sacrificio, piensa Él y despierta.