Belén Cañas López
Quisiera ser un loco,
el loco no existe,
como los demás seres,
la ola de la Vida no siente el loco,
cómo destruye la roca del alma.
Raúl Hernández Novás
What we call the beginning is often the end
And to make an end is to make a beginning.
The end is where we start from
T.S. Eliot
Raúl Hernández Novás, Otros poemas. Textos inéditos y publicados en revistas, La Habana, Ediciones Unión, 2015.
Leer a Raúl Hernández Novás es lo más parecido a quedar atrapado en un laberinto −casi como los que diseñara el Bosco− de profusas imágenes y espectros inquietantes. La fuerza centrípeta de su psique, delirante y malherida, nos convierte en náufragos del inframundo de su conciencia. Podemos compartir largas horas de soledad en comunión con su poesía: será una soledad regeneradora, vital para poder seguir respirando la compañía de los otros.
Pocos años después de su suicidio, algunos amigos[1] hallaron un cuantioso número de poemas suyos que se encontraban inéditos, escritos desde el año 1959 hasta su muerte en 1993. Junto con aquella que había quedado dispersa en revistas, Casa de las Américas ha compilado esta poesía bajo el título Otros poemas. Textos inéditos y publicados en revistas, quizás lo más íntimo de sus creaciones, lo que el poeta veló hasta su despedida imprevista −o prevista−, su asidero a la vida, lo «inconocido», según la definición del propio autor. Este libro, cuya selección, prólogo y notas estuvieron a cargo de Jorge Luis Arcos −investigador, poeta y amigo personal del autor−, es una puerta abierta a la peregrinación por su vida, a las cavernas de su subjetividad. Recorrer su poesía incluye compartir su evolución (poética y vital), ver cómo el reflujo creador de su memoria va emergiendo y cómo se intensifica su autodestierro del mundo. A la par, este viaje implica sorprendernos con sus ardides lúdicos e incluso humorísticos, ser cómplices de un crecimiento espiritual que devino en solidez poética.
En una síntesis de los rasgos estilísticos de la obra de Hernández Novás que se visibilizan en este volumen, no podría dejarse de hablar de su conocimiento perfecto de las reglas métricas y rítmicas y de la construcción estrófica −reglas que, después de dominar, no dudaría en romper−, del uso del lenguaje al estilo surrealista o de los tonos matizados a la manera del modernismo; así como tampoco podrían pasarse por alto el pathos romántico del escritor, su trascendentalismo poético −con el que se distinguió del estilo conversacional en boga−, y su manía por las enumeraciones caóticas. Es necesario destacar también su apropiación de diversas tendencias expresivas, tendencias que supo asimilar y metamorfosear, y que terminaron por convertirse en un elemento distintivo de su obra. El sujeto lírico, siempre abatido por la necesidad de construirse a sí mismo como antihéroe, supone otro punto esencial. Con justeza hay que aludir al caudal sensitivo de sus imágenes y a la sagacidad con que manejó las figuras tropológicas. Su capacidad para parodiar(se), apenas conocida hasta este libro, es ya un rasgo que necesita ser atendido.
Hay en esta publicación otro importante elemento que caracteriza la poesía de Novás y que no debería inadvertirse: la riqueza intertextual. En sus textos podemos encontrar influencias y alusiones que van desde los poetas del Siglo de Oro y los clásicos del cine, hasta Baudelaire, Rimbaud, Kafka, Breton, Machado, Melville, Huidobro y Vallejo, pasando además por los autores más excelsos de la tradición literaria cubana como Zenea, Martí, Casal, Carpentier, Eliseo Diego, Gastón Baquero y Lezama Lima. John Lennon y Gardel también se incluyen en esa lista, cuya enumeración sería infinita. Quizás el ejemplo más completo y que, ex profeso, recoge innumerables intertextualidades, es «Without Candy», la primera versión de «Sobre el nido del cuco». Que sus poemas estén precedidos tanto de epígrafes provenientes de la literatura, como de referencias a películas o sinfonías, a modo de sutiles sugerencias al lector, es otro factor que potencia esa abundante intertextualidad. Sin dudas se podría hacer un análisis exhaustivo desde un enfoque estrictamente literario, donde, además, quedará demostrado −como obligado por la gravedad de su fuerza− su talento. Sin embargo, este poeta es atractivo por mucho más que su estilo: resulta fascinante desentrañar su madeja poética; conocer, realmente, su país imaginal −siempre en pugna con la realidad que lo circundaba−; dilucidar su tragedia, su cosmogonía del fin. No obstante, fue también −aunque en menor medida− un agudo crítico de la realidad. Esto es evidente en su poema «Final», donde a modo de letanía religiosa, pide la solución de los conflictos que agobian al mundo:
Que amenace un motín con llenar de flores el mundo
Que las armas se alcen contra la violencia
Que sigan escribiéndose poemas sobre la culata del fusil
hasta que la culata se vuelva mesa
Que las barbas blancas del gran presidente cubran el Sur y el Norte
Que Esaú abrace a Jacob
Que el hijo pródigo regrese trayendo blancas ovejas
y un vaso de lágrimas
Que el Sur y el Norte se reunifiquen[2]
[…] Que se borren las marcas del grillete
en el joven cadáver balaceado
Que el viejo obrero se levante y diga
La Tierra Será El Paraíso
Que el Gran Teatro de Oklahoma cubra la faz del globo
Para que el hombre salga por fin de las cavernas.[3]
En esta edición encontramos poemarios completos del autor y partes suprimidas en anteriores publicaciones. La selección de poemas está integrada por El pájaro, la rama y la ceniza (1968-1969), Cuadernos sin título (1969), Canciones y figuras decimadas (1981-1985), veintitrés poemas que formaban parte del poemario Sonetos a Gelsomina suprimidos en su versión original, Otros poemas y La columna de seda. La edición contiene, además, un apéndice con «Without Candy» y las traducciones que hiciera de dos importantes poemas de T.S. Eliot −«East Coker» y «El hipopótamo»− y cierra con dos cartas inéditas que dirigiera a Jorge Luis Arcos. Así, esta nueva publicación es una interesante propuesta para quienes tengan la osadía y la sensibilidad de sumergirse en la inhóspita lucidez de la poesía de Novás.
Dicen que se suicidó el 12 de junio de 1993 con cuarenta y pocos años, que se disparó en la sien con el arma de algún antepasado del siglo xix. Cuentan que no resistió el dolor de no poder dar de comer a su padre en medio del período especial. Realidad o ficción, lo cierto es que este poeta cargó con una serie de estigmas físicos y psíquicos. Su cardiopatía congénita fue siempre un obstáculo para disfrutar de una infancia activa y consumar a plenitud una relación amorosa en el plano sexual. La muerte de su madre fue también un peso que terminó por sumergirlo en un vértigo del que ya no podría salir. Quizás porque refleja la carga de la cotidianidad −que fue, por otra parte, su más fructífera musa−, es que el cosmos poético de ese ser tímido, raro, y maravilloso puede llegarnos a lo más hondo del alma. Su poesía, como un bálsamo curativo, no solo posee el aroma de la llegada del fin, sino el acierto de hacernos sentir que ese desenlace es la apertura a otro principio.
Sin dudas, Raúl Hernández Novás se construyó como espacio de fuga que sirviera de asilo a su profunda soledad, una catedral de versos en ruinas en la que, detrás de cada puerta, hay un sinfín de seres extraños, de lugares ignotos y objetos inasibles. Llena de niños huérfanos, madres muertas, mujeres quiméricas siempre en despedida, bufones y arlequines, locos y estatuas, mares y árboles deformes en continuo desenfreno; e inundada siempre de una especie de líquido amniótico que advierte sobre el trauma de nacer, su poesía es su santuario del delirio. Y Otros poemas…, invariablemente, una expedición por este.
[1] Estos «amigos» son Enrique Saínz y Jorge Luis Arcos.
[2]Raúl Hernández Novás, Otros poemas. Textos inéditos y publicados en revistas, La Habana, Ediciones Unión, 2015, pp.294-295.
[3] Ibídem, p. 296.